A veces recuerdo a las niñas cuyas caras observé durante trece años de mi existencia, y como es de esperarse, termino cayendo en la consabida pregunta “¿En qué andarán ahora?”, pregunta que formulada en la compañía correcta puede resultar en conjeturas inverosímiles o una nueva actualización de chismes.
Casi todas mis compañeras de colegio se encuentran en este momento presentando tesis, trabajando, volviéndose grandes y serias. Yo creo que no demorarán en casarse, aunque por ahora tengo entendido que ya van dos con votos firmados, una en Suiza y otra en Australia. Yo me casaría con gusto pero mi edad aún no excede el cuarto de siglo, señal suficiente de que todavía puedo limitarme a recibir visitas en la sala de la casa y hablar por teléfono hasta que se me enrojezcan ambas orejas.
El año pasado, durante las vacaciones de verano, se me ocurrió que si hubiera decidido quedarme en Dubuque, IA, al momento sería una profesional recién salida del horno. Recién salida y gorda como un soufflé. Sin embargo, como no tomé ese camino, ese punto de la historia no contenía a una persona con título repitiendo almuerzo en el Mandarin Garden Buffet sino a la misma persona, sin más título que el de bachiller, asando pedazos de carne del tamaño de una tajada de tocineta y convencida de que aún con los pies en el paraíso su vida no iba a ninguna parte.
Han pasado casi 5 años desde que me quedé mirando a la segunda de la lista, sentada a mi lado, pensando que jamás volvería a verla. La verdad es que resulté viéndola en mi universidad en Bogotá como dos años después pero no nos saludamos. Lo más seguro es que ahora también se encuentre en transición entre las aulas y las oficinas. Mientras tanto yo, Señorita Aburrirse-y-volver-a-empezar, ¿tengo alguna constancia de mi paso por el mundo real fuera de un poema en una publicación anual de la institución de educación superior más antigua de Iowa y los fríos certificados que constatan que me la pasé dibujando a Batman comiendo pollo en las faldas del cerro de Guadalupe?
Pues bien, ¡ahora la tengo!
Hoy llegó el feliz momento de vestirme elegante, pararme al frente del público, dar dos o tres venias y recibir mi diploma de Persona que ha completado un curso intensivo de japonés en Tokio. En la misma carpeta roja con letras doradas se encuentra un certificado de asistencia perfecta y un bono de dos mil yenes con ilustraciones de Peter Rabbit para comprar libros o sacar fotocopias, aún no lo tengo muy claro. Por fin algo de seriedad en esta cara. Por fin una evidencia de adultez, tan necesaria en cocteles y reuniones de exalumnas. Ahora que soy una Persona que ha completado un curso intensivo de japonés en Tokio y jamás faltó a clase, puedo tomarme el mundo.
[ Hotel Song — Regina Spektor ]
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