Ayer en la tarde salí de la biblioteca rumbo a Shinjuku. En el camino iba un poco de mal humor, pensando en lo buena que era la comida en Hokkaido y lo aparatoso que era volver al ruido de los anunciadores deshilachándose la garganta a la entrada de las tiendas.
Al bajarme del tren y reencontrarme con la familiar figura del monje budista pidiendo limosna valiéndose apenas de una campana y un gesto enigmático parecido a una sonrisa, esquivar a los repartidores de volantes y mirar de lejos las furiosas luces que empezaban a envolver el lugar, recordé que en esta casi interminable telaraña de concreto aún queda mucho por ver. Mientras me encuentre cerca de lo que parece el centro de todos los centros, aún en medio de las múltiples frustraciones que salpican el asombro, sé que podré regresar allá donde el espacio es más que un ideal y las frutas no son lujosos adornos de perfumadas vidrieras. Creo que lo que me hace falta acá es una buena compañía para no tener que limitarme a observar y seguir mi rumbo como si nada, como todos.
Cuando regresé a mi cuarto, esto apareció sobre el escritorio.
[ Two of Us — The Beatles ]
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