Lord Engel se apea del blanco caballo, se lo encarga al hombre del establo y vuelve a la mesa de encaje metálico pintado de blanco, donde lo he venido observando con una pava de ligero rosa y un largo vaso de limonada rosada. Trascendiendo la barrera de la charla sin importancia y encendiendo una larga pipa de exótico aroma, el caballero declara que está dispuesto a contarme cinco de sus más curiosos hábitos a cambio de cinco de los míos. Titubeo un poco, me refresco la cara enrojecida con un abanico español, tomo un sorbo más de limonada rosada y procedo a enumerar aquello que sólo reconocen mis más cercanos sirvientes:
- Suelo comerme los ingredientes crudos o a medio hacer de lo que cocino. Si hago pancakes, me como los sobrantes de la mezcla. Saco cucharadas de arroz aún duro de la olla.
- No tomo agua porque le encuentro un gusto horrible. Por más que me digan “¡pero si no sabe a nada!” yo siempre haré muecas tras animarme a tomar un sorbo. La única vez que el agua no me supo a nada, nada, nada fue en Uruguay.
- Tengo una agenda donde anoto a lápiz todo lo que tengo que hacer y todos los lugares a los que debo acudir. Cuando hago lo que está escrito, tacho con fuerza (también con lápiz), de tal manera que la hoja quede con relieve y textura cuando esté toda tachada. Si se me olvida escribir algo antes de hacerlo, lo escribo en el espacio de la fecha en que sucedió e inmediatamente procedo a tacharlo.
- Cuando la comida no está recién hecha, me la como fría. Pastas, carnes, arroz, sopa, —lo que sea menos huevo. Siempre tengo que reiterar que lo hago por gusto y no por pereza.
- Mi borrador se divide en dos secciones: la esquina más usada para áreas grandes, y las otras tres esquinas para áreas pequeñas como signos de puntuación y letras individuales. Esto me acarrea problemas al prestarlo, pues la gente tiende a borrar lo grande con la esquina menos usada y ahí es donde entro yo a abalanzarme sobre mi preciado bien: “¡No! ¡Por ahí no!”
Una vez confesados estos puntos entre ahogadas risitas leves, tomo mi cartera de seda color pastel sin correa y espero a que otro apuesto ayudante mi guíe de vuelta a la mansión, a través del amplísimo corredor, hacia la entrada donde espera el Rolls Royce reservado a los invitados. Aquella noche habrá un inmenso banquete para cientos de personajes de la alta sociedad: es el cumpleaños del caballero de la corte y un ponqué de cinco pisos de semillas de amapola y pétalos de rosa de todos los colores será repartido, tras lo cual habrá fuegos artificiales y un multitudinario baile.
Ya en casa, desenrosco la tapa de mi pluma Mont Blanc y les escribo al Barón Maladjusted —para que se tome un tiempo fuera de sus prácticas de tiro con arco y considere mi invitación a jugar Baccarat —y al potentado Himura —para que por favor me envíe un poco de la fina confitura que ha fabricado su imperio en una tradición de cinco generaciones —. En una postdata, les pido que me cuenten algo como lo que yo le he confiado a mi anfitrión bajo el sol de la tarde en su inmenso jardín.
Tomando otra hoja membreteada, le escribo mi formal deseo de feliz cumpleaños a Lord Engel, ya que una visita vespertina no es suficiente, y espero que coma mucho ponqué de semillas de amapola, gane mucho dinero en el casino y tome mucho té en tacitas brillantes de porcelana.
[ Don’t Dream It’s Over — Crowded House ]
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