Suelo pensar que vi mi primera película pornográfica en el colegio, a juzgar por la horrible sensación que nos quedó a las niñas del curso después de verla. La guerra del fuego fue exhibida en el nuevo auditorio del colegio con el único propósito de ilustrar a las alumnas de séptimo grado acerca de la prehistoria. Yo, la verdad, no le vi nada históricamente relevante; tal vez por eso fue que quedó impresa en mi memoria. Hasta el día de hoy puedo ver claramente la primera escena de La guerra del fuego, la cual es un ataque sexual originado por un ‘transeúnte’ que encuentra el llamativo trasero rojizo al aire de una mujer que se inclina ante un pozo a beber agua. En un arranque de inocencia pensé que la poca curtimbre adquirida de esta experiencia visual (más otras que no vienen al caso) era suficiente para asistir a la proyección de Todos contra Olga, de Rodo Ospina. Al fin y al cabo, cuando se lleva cierto tiempo asistiendo a sus lecturas de poesía en la Casa de la cultura de Facatativá se adquiere cierto sentido de responsabilidad sobre su legado.
Conseguir la invitación al evento fue un golpe de suerte que se dio con el encuentro del doctor Martínez. Una alegre coincidencia nos tuvo hablando en su auto yendo hacia Bogotá una tarde después de clase, cuando él me reconoció a la vera del camino esperando la flota de regreso. Supo entonces que yo era profesora de inglés y yo me enteré de que, además de ser el doctor que lo llevaba y lo traía, lo sabía todo acerca de Ospina. Éste hasta entonces había pasado para mí como un viejo vate de feliz anonimato, igual al anciano que nos vendió un libro de poesía erótica de su autoría en una Feria escolar Cafam.
—Pues no, fíjese que no siempre ha sido lo que usted ve ahora. Los que lo conocen y ven esa película no pueden creerlo. El espíritu necesario para hacer semejante obra es algo que parece ausente en Rodo ahora.
—Pero si usted dice que lo rescataron de la indigencia… No se me hace extraño que haya cambiado de ese modo. Pobre.
—Sí… Querían llevarlo a Bogotá para el reestreno de la película, pero me pareció perjudicial. Usted vio lo que pasó en la última lectura, cuando llegó más gente que de costumbre…
—Uy, sí, mejor no. Aquí me quedo yo, muchas gracias.
Me disponía a cerrar la puerta del auto cuando el doctor se inclinó sobre el asiento del copiloto, levantó la mirada y dijo:
—¿No le gustaría ir a verla?
—¿Qué cosa?
—Pues la película.
Como venía diciendo, mi experiencia en el cine pornográfico es bastante escasa. No obstante, me armé de valor y marqué la fecha del evento. Tal vez conseguiría un bonito recuerdo para llevarle al señor Ospina en mi próxima visita al pueblo. Aunque bueno, si él era el homenajeado lo que menos le llamaría la atención sería una foto de un miembro de su humilde público junto al hombre que lo rescató de las cenizas del olvido. Salí de clase corriendo a coger la flota para alcanzar a parar por mi casa y ponerme más presentable. El tiempo me alcanzó perfectamente.
El cortometraje fue conmovedor. La pacífica vida de Ospina se ve retratada de un modo que indica cómo el innovador e incansable artista no ha decaído, no se ha desvanecido sino que, como el río que ya se ha desbordado con furia, cambia su cauce y corre de nuevo, apacible, por otros caminos. El cariño que el pueblo de Facatativá le tiene al que llama “su poeta” y el inesperado éxito comercial de sus obras manuales le da una nueva vida al cineasta. Es menester mencionar que dada la expectación que se ha producido en torno del rescate de su obra, últimamante se ven extranjeros llegando a comprarle artesanías, no por ser el anciano de las lecturas sino por tratarse del único y verdadero Rodo Ospina, antaño aclamado en Singapur y México.
De la película no supe al fin nada. La respiración irregular del público a la expectativa me dio una idea de lo poco preparada que estaba para lo que se avecinaba. Consciente de que Todos contra Olga superaría con creces la broma casera de Paris Hilton y El imperio de los sentidos, me salí del auditorio y caminé hacia una pastelería cercana. Llamé a Himura y le conté lo que había pasado.
—Tú que decías que yo para qué iba a esas lecturas en Faca si siempre ignoro las invitaciones de la Lerner, pero fíjate… En el cortometraje hacen una toma cortica de la audiencia y ¡por ahí salgo yo! Lo malo es que justamente estaba bostezando en ese momento. Ojalá nadie me haya reconocido.
[ The Logical Song — Supertramp ]
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