Anoche soñé que alguien robaba una magnolia de un jardín vecino y me la regalaba.
Quisiera decir algo al respecto, algo que le dé sentido al sueño, pero no puedo. Sólo consigo pensar (tal vez con desesperación) en la cremosa blancura de la flor majestuosa, en la textura de los pétalos plácidamente ubicados en una rama demasiado alta como para tocarlos. La magnolia se acomoda en su puesto, perezosa y altiva, y me mira como quien ha dejado caer un accesorio inútil desde un balcón.
Ya lo sé: nadie traerá al mundo real la feliz fechoría de mi dimensión nocturna.
Posiblemente lo único que reciba algún día sea un puñado de escombros violáceos arrastrados por la lluvia y arrojados a mi cara. Sin embargo, aún así seguiré mirando hacia arriba, señalando hacia arriba, y la copa del árbol se hará cada vez más distante de la punta de mis dedos. ¿Y la mano oferente? Ella (plástica e inexistente) se crispará hasta convertirse en lo que se niega a entregarme, se tornará al cielo y ascenderá adoptando la misma sonrisa socarrona de la reina de pétalos de crème brûlée. Sólo es un sueño, pero su propia imposibilidad me desvela.
[ Sitting, Waiting, Wishing — Jack Johnson ]
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