En vista de las ganas inmensas que tengo de quedarme oyendo música en el computador de atrás de la casa —con el cual no puedo usar MSN normal —, hoy hablaré sobre la señora de la tienda cerca de mi universidad que se niega a venderme una Pony Malta grande. Siempre que tengo sed y tengo la grandiosa idea de atiborrarme de la famosa bebida de campeones, la señora asesina mi sueño y mi buen genio. Ya ha sucedido dos veces.
Primer intento:
Olavia Kite: Buenas, ¿me da una Pony Malta grande?
Señora: Pero tiene que tomársela aquí adentro.
OK: ¿No me la puede servir en un vaso?
S: Me tendría que comprar el vaso.
(Estupefacta y confundida, Olavia se decide por una Pony Malta pequeña y se va, decidida a no volver jamás.)
Segundo intento (porque todos merecen una segunda oportunidad):
Olavia Kite: Buenas, ¿cuánto vale la Pony Malta grande?
Señora: $800.
OK: ¿$800?
S: Sí, pero la pequeña. La grande no se la vendo porque estoy en hora de almuerzo.
(Aquí transcurren dos segundos en los que Olavia se pregunta qué rayos tiene que ver la hora del almuerzo en una tienda visiblemente exenta de clientes con una venta que, aunque humilde, representa cierta ganancia. Mientras tanto le señala a Himura una almojábana marca Topotoropo.)
Empiezo a creer que la señora no saca esas excusas en balde. Ver que la fila de botellas pequeñas del dorado líquido disminuye paulatinamente mientras que aquellas grandes y gastadas permanecen añejándose en el refrigerador me hace pensar que ella, la tendera que es amable cuando se le pide cualquier producto que no sea Pony Malta, es una adicta que secretamente roba las botellas grandes y se las toma en la mitad de la noche. Cree que nadie se atrevería a beber tanta malta, por lo cual se mantiene confiada en el ejercicio de su oficio. Sin embargo, cuando yo aparezco con mi sed de elefante ella se desespera y saca sus excusas bizarras, que son eficaces simplemente por inverosímiles. No es posible que alguien desee su elixir de vida tanto como ella. No; tiene que haber una manera de espantar a la competencia. Cuando me ve retirarme con la cabeza gacha y los míseros 250 mL de Pony Malta, suspira aliviada y sigue observando con provocación enfermiza sus preciosas botellas de vidrio castaño, a la espera de que caiga un manto negro sobre el frío centro de la ciudad. Sólo entonces se reirá de los clientes entristecidos que no probarán la felicidad como ella y beberá con un rostro transfigurado, casi extático, el licor de oro que a ambas nos embruja.
[ Where the Wild Roses Grow — Nick Cave & Kylie Minogue ]
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