La joie de pleuvoir

La carrera 15 se había convertido en un río cuyo oleaje alcanzaba nuestros ya mojados pies y provocaba una huida similar a otra ya vista en otras latitudes, con olas de otro sabor. Habíamos trepado rejas y atravesado jardines lodosos con tal de esquivar el agua incisiva, habíamos perdido todo el recato con el que habíamos visto pasar a un ex presidente a escasos centímetros rumbo al helado que le esperaba y que ya nos había seducido. La prematura oscuridad confería un aire siniestro al de por sí retorcido paisaje mientras se prolongaba indefinidamente la espera de un bote que surcase los ríos de asfalto para atracar en las familiares tierras occidentales; mi hermana, él y yo mirábamos a nuestro alrededor y por momentos parecíamos los únicos en aquel paraje. El frío nos hacía sentir más vivos, pero pronto empezamos a aburrirnos de la incómoda situación y a rogar que el siguiente bus fuera el nuestro. Una vez dentro del húmedo vehículo de salvación, el sueño nos venció por turnos.

Es difícil no pensar mientras se yace en ese estado de cotidiana y móvil quietud, es difícil no ver más allá de estos días en los que todo vale para hacer de un día cualquiera uno extraordinario. Cuando este sueño haya transcurrido, cuando un tirón brusco me obligue a despertar a la realidad conocida, ¿qué será de este paisaje? ¿Cómo se empezará a cerrar, a caer bajo capas cada vez más espesas de niebla hasta confinarme en esta casa?

¿Cómo es posible que todo desaparezca cuando él no está?

[ 3×5 — John Mayer ]

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