Un homme est arrivé à la salle des ordinateurs. Il a montré l’image d’une femme à la fille qui écrivait quelque chose, je ne regardais pas. Qui était elle (la femme de l’image)? Quelle était la raison d’exiger que la fille regarde l’image?
Hmm. My French sucks.
Anyway… tenía que describir eso que estaba viendo. Entremos en materia.
Engel Atreyu —el blog— ha estado en funcionamiento durante algunos meses. He leído sus posts laaaaaargos laaaaaaaaargos y sus aventuras extrañas; aventuras que no sólo están registradas para el mundo del Internet sino también para quienquiera que pueda tomar un café y caminar por un parque con él.
Debo confesar (y él ya lo sabe) que me gusta mucho ese blog. Me gusta inclusive cuando los posts son más largos que de costumbre, cuando las letras chiquititas se aglomeran tanto que parecen una bolsa de fichas de Scrabble o el frasco de pasta de letras que llevaba al colegio en primaria para jugar en clase de Español. Me gusta no por tener un diseño increíble (yo fui la autora de ese pequeño desastre inconcluso), no porque me ofrezca datos que realmente me impresionan, no porque le dé duro a otros miembros de la raza humana… Me gusta porque es una vida prácticamente inverosímil, y por ende fascinante, la que se retrata allí.
Engel Atreyu, Kolya Lautari; usted escoge. En vestido de paño y bombín (horrorshow! is it you, Alex? “Mrs. Peel, we’re needed?”) vive esa vida de la que no tengo mayor noticia, tal vez por pasármela regando mi rosa y desenterrando baobabs cerca de B 612. Cada vez que leo sus aventuras me lo imagino convertido en una especie de James Bond rodeado de hermosas mujeres de vestidos rojos (casi a lo Jessica Rabbit), cada una hablando un idioma diferente. Tal vez hay una especie de Uni?n Europea femenina buscándolo (no todas en grupo; cada una sabe encontrarlo a la hora menos apropiada). Entra una mujer de improvisto a su lujoso apartamento y prácticamente se desviste frente a sus ojos… o la misma mujer vestida de rojo con labios rojos y piel blanquísima se le come lentamente la aceituna del martini y él apenas torna su vista hacia ella, inmutable, inexpresivo, misterioso, escondido bajo el alero de su ceño. Es normal en la vida diaria de Engel que alguien se presente así; al fin y al cabo él ha tenido affairs hasta con la muerte misma, vestida de negro, desvestida de negro. Qué importa si la vida real no es así, averiguarlo no es esencial: escribirlo es lo interesante, tenerlo ahí y convertirse entre las letras en ese Engel imponente, cool cat, bonvivant.
Qui mord lentement l’olive? Qui boit son martini? Qui est la femme que l’appelle ce soir?
Of course, not me. Never me. I’m only here to read all about it.
SUENA: la voz de un señor mascullando entre dientes mientras juega ajedrez por Internet
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