Anoche, mientras dormía, empezó a llover. Creí que ya había dormido varias horas cuando abrí los ojos en medio de la oscuridad de mi recinto, pero apenas habían transcurrido dos horas. Entonces, mientras intentaba comprender que el reloj despertador no había enloquecido y en realidad había dormido apenas dos horas, la lluvia de fondo, que por lo general me ha parecido un sonido sumamente sensual, se convirtió en un estruendo que amenazaba con horadar la fachada de mi casa. Intenté oír el tintineo del agua deslizándose por la canal y la bajante, pero éste era escaso mientras reinaba el rugido de la tormenta, una tormenta como de piedras, como lanzada con rabia hacia la ciudad indolente.
Intenté dormir de nuevo. Lo logré por un breve lapso.
Mi mente intentaba penetrar el territorio de los sueños cuando un puño sobrenatural golpeó mi ventana, como queriendo romperla para atacarme. Fue un golpe seco que me dejó aturdida y con los ojos abiertos de par en par. Había caído un rayo monumental a muy poca distancia de mi casa. Varias preguntas inundaron mi cabeza como el cielo que seguía descargando su rabia. ¿Estaba mi familia despierta para presenciar esto? ¿Eran realmente las once de la noche? ¿Dónde estaba la gente sin hogar durante tempestades de esta magnitud? ¿Era ésta la peor tormenta presenciada por mí? Sólo obtuve respuesta a la última pregunta. No.
La peor tormenta, descontando los monumentales pero usuales temporales en Puerto Boyacá (qué más se puede esperar del borde de la selva), ocurrió en Dubuque, Iowa, durante la noche de agosto 21, 2002. La primera noche que pasé en ese pueblo. El cuarto se iluminaba por completo con los relámpagos, y los truenos eran tan fuertes que se sentían como un verdadero bombardeo. Esa noche temí que el edificio se fuera a caer y definitivamente no pude dormir.
Me acomodé en las cobijas como mejor pude en medio de la oscuridad que había convertido todo mi mundo en un caos en blanco y negro. Cerré los ojos y esperé a que mi cansancio pesara mucho más que el ataque celeste.
Desperté de nuevo. Era hora de sentarme a escribir mi ensayo para Historia Cultural de la China. La lluvia no parecía haber ocurrido nunca; todo era silencio absoluto. Un silencio tan puro, que sólo acerté a imaginar que la tormenta había arrasado con todo aquello que pudiera producir ruido, con todo allá afuera. Había sido una noche de pensamientos tan extraños, de una completa pérdida del color acompañada de la grotesca distorsión de la lluvia nocturna (¿era agua? ¿era granizo? ¿eran piedras? ¿eran gotas o un solo baldado gigantesco y furioso? ¿era mi vida una frenética mezcla de témpera blanca y negra?), que retornar a la realidad de los amarillos y azules no me parecía meritorio. Mi propia alcoba se había trasladado a una dimensión completamente ajena a la realidad. Habría sido mucho mejor si hubiera podido seguir protegida por la seguridad de las cobijas hasta el alba, hasta la victoria absoluta del color sobre este lado de la Tierra…
Pero tuve que encender la luz y dañar toda la magia. Ahora tengo que escribir sobre el Huang Ho, el Río Amarillo, asegurando definitivamente el fin de este remolino de témpera, de esta tormenta surrealista, de este sueño que tuve con los ojos abiertos.
SUENA: I Can’t Help Falling in Love With You — Hi-Standard
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