Uno de los mejores momentos de mis monótonas semanas es la visita a la Biblioteca Luis Ángel Arango. Camino por entre casas antiguas, papelerías, olores de pan recién horneado y carne asada y después de un tramo ya no tan eterno… llego al templo de casi todos los libros. Me relajo del todo… dejo de lado todos los problemas de la vida (que no son tantos, afortunadamente) y me concentro en la búsqueda de un computador. Después mi mente se convierte en comandos… “t. yurupary” o “s. gramatica” o “a. rimbaud arthur” y puede pasar mucho tiempo así sin que yo me percate… todo es “a. mishima yukio”, “t. carnero”, “t. senor muy viejo con unas alas enormes”, “a. aleph”, etc. A continuación, la espera. Pasa el tiempo, miro la exposición de turno, me siento en la banca, dejo volar mi mente… y miro el reloj, y miro el reloj, y miro el reloj. ¡¡¡Quiero los libros!!! … o los necesito. Hago fila donde me toca. Doy mi número. El señor busca. “En cinco minutos” ugh.. no calculé lo suficiente… esperaré. Miro los cuadros sin ponerles cuidado, recorro la sala, miro más que todo a la gente, me pregunto qué sería estar aquí con una buena compañía… Siempre me hago la misma pregunta. ¿Qué veríamos? ¿Qué pensaríamos? ¿De qué hablaríamos en la espera? ¿Nos arriesgaríamos a probar hormigas santandereanas en la tienda del letrero “sí hay hormigas” por el camino? ¿Preguntaríamos por miel de abejas en la botica antiquísima del frente, tal como hizo Kitty esa primera vez? … Pasa el tiempo. Es hora. Tiene que ser hora. Hago fila. Doy mi número. “¿Sólo un libro?” “Sí.” “Ya le doy su recibo.” Lo tomo. Salgo de la biblioteca, pasando por el incómodo ritual de la requisa… y vuelvo poco a poco a la realidad, pensando en el hogar que me espera y en todo lo que el libro que acuno como a un niño querrá decirme… y ese pequeño lapso casi irreal se va mezclando poco a poco con la realidad. Para el momento en que llego a la Jiménez y corro a alcanzar el Transmilenio que se aproxima a la estación Museo del Oro, todo vuelve a ser lo mismo, sólo que mi corazón alberga una extraña sensación de alegría y cansancio.
SUENA: Ain’t That a Lot of Love — Simply Red
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