Otra vez esta imperiosa necesidad de escribir, sin saber qué. Si tan sólo volvieran a mí las historias… La vida era tan agradable cuando de la nada brotaba un personaje y su vida se iba desenrollando ante mis ojos como un ovillo de colores cambiantes. Ahora el escenario está vacío y el único personaje visible soy yo, una especie de Pinocho sin hilos engarzándose la nariz entre las tablas para deleite del público.
Hoy tuve que entregar un ensayo sobre cualquier cosa relativa a una película que vimos a principios de trimestre. La película, llamada 下妻物語 (Shimotsuma Monogatari) fue ingeniosamente traducida al inglés como Kamikaze Girls. Si usted, querido lector o lectora (aquí llegan más hombres que mujeres, tengo la impresión) tiene tiempo de sobra y no hay plata para ir al cine, sírvase pasar por aquí y de paso entérese más o menos de cómo es la vida acá en la prefectura de Ibaraki, donde el otoño huele a arrozal quemado y las orugas condenadas a la horca se retuercen suspendidas bajo los árboles adormecidos. Subtítulos en inglés.
Volviendo al trabajo. Mi tutor me ayudó a entregar una hoja repleta de errores gramaticales e ideas indiscernibles sobre Lolitas, Yankees y la opresiva sociedad contemporánea japonesa. Si tan sólo hubiera ocupado mejor mi tiempo anoche, si tan sólo lo hubiera gastado en cosas diferentes a presenciar cómo Asano era sometida a esa especie de escarnio que sólo se ve en las comedias malas sobre adolescentes, muy a la usanza de mis recuerdos de bachillerato.
Pero no, las cosas no fueron así y yo me quedé sentada en esa cama interviniendo en vano en charlas que otrora me serían vedadas por la misma cualidad que había desembocado en esta llovizna ácida de disculpas descaradamente falsas encharcando el suelo embarrado de un chiste interno deficientemente encriptado. Esta vez, la lluvia no caía sobre mí. Sin embargo, no pasó mucho tiempo antes de que entre las gotas se dibujara mi reflejo superpuesto al silencio, a ese silencio que yo también escuchara tantas veces precedido de aquella mueca que juraría me pertenecía a mí y no a ella: los ojos ejecutando una sutil maniobra de aterrizaje de emergencia, buscando desesperadamente un claro donde posarse temporalmente mientras las llamas de la precaria humillación producían una estela de condescendencia, y como en todo incendio, un deseo inmenso de salir corriendo a respirar mejores aires.
Para entregar el ensayo por fuera del plazo establecido fue necesario hablar personalmente con dos de los tres profesores encargados de la clase y quienes previamente habrían recibido la versión electrónica del esperpento que yo hacía llamar mi opinión. Corrimos escaleras arriba y escaleras abajo para enterarnos de que la tercera profesora había partido hacia Nagoya y no regresaría sino hasta la semana siguiente. La hoja de papel quedó en poder de una maestra nerviosa que nos cerró la puerta en las narices apenas la arrancó de mis manos y a quien mi tutor le había comentado previamente mi triste situación de estudiante extranjera perdida en la universidad, tal como lo hiciera con el primer profesor, quien al confrontar mi nombre y mi cara recordó que me había dictado la materia que el trimestre pasado me mantuvo en constante angustia. Era tan dura y terrorífica que terminé soñando la respuesta del examen final. Era un sueño de niños judíos reducidos a condiciones terribles.
Con la tercera maestra lejos de mi alcance, el tutor se dio a la heroica tarea de escribir un e-mail de idéntico contenido al de las conversaciones que se habían llevado a cabo no hacía mucho. El mensaje fue sometido a edición tantas veces que mientras ejercía mi labor de secretaria fui dominada silenciosamente por la certeza de que jamás dominaré este idioma, que siempre seré la extranjera delatada por su cara de facciones agresivas, por su pelo jamás lo suficientemente liso, por su figura de nevera montada sobre un trípode y, por encima de todo, por la riqueza de su vocabulario, comparable sólo con la de los gorilas que se comunican por medio de un tablero de botones con imágenes.
Cuando por fin se dio por satisfecho, el tutor me invitó al mejor ramen que haya probado en mi vida. Quién lo hubiera pensado, aquí en Tsukuba.
[ Dreams in the Hollow — Jesca Hoop ]
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