Koude

Tarde de primavera. Una ventana cerrada, el cielo azul salpicado de inmóviles gotitas grises. El Monte Fuji se tapa los ojos con nubes, sus blancos hombros aún nítidos tras hileras de cerros y edificios nimios ante su presencia. Hay certeza de la existencia de los ciruelos.

La música invade un cajón que ha aprendido a llamarse hogar. Una mano helada busca refugio bajo las cobijas, entre los muslos… el frío se propaga, es inútil luchar contra él. La compañía sería un buen aliciente, si tan sólo fuera deseada, pero si la elección se basara en las voces que se filtran por los resquicios, se concluiría que en este momento no existe otra voz posible que la de Gainsbourg.

Las palabras siempre fallan. El vidrio ante los ojos no puede traducirse en los dibujos que cubren las teclas de aquella máquina, los que cubren los rectángulos sobre las puertas, los que adornan las resmas de papel brillante que observa con atención el oficinista que se deshace, exhausto, en la silla del tren.

Y el frío, ¿quién hablará del frío? ¿Quién hablará de las flores irreales en las ramas del ciruelo? ¿Acaso la carne reblandecida, la tela desprovista de todo propósito si no puede cumplir su más simple cometido? El mundo que el Monte adormilado se niega a contemplar no logra completar su síntesis en dos dimensiones.

La mano azulada sucumbe al sueño. El azul da paso al naranja, el naranja al violeta, el violeta al negro. De afuera las voces se siguen colando. De este lado, el silencio. El silencio o una voz seductora que ya a nadie habrá de acompañar.

[ Hanky Panky — Madonna ]

0 Responses to “Koude”


  • No Comments

Leave a Reply