Sensei dijo una vez que yo era como los japoneses, tomándole fotos a todo. Preguntó si uno llega a ver toda esa cantidad de fotos en el futuro. Yo dije que sí, que las repasaba seguido.
Todavía me duele la pérdida de mis fotos. Pienso en las imágenes que quedaron borrosas en mi mente, en los detalles que no alcancé a contemplar (y que nunca podré memorizar del todo). Aparecen frente a mí los pies llenos de arena de un Maladjusted con capul, el overol blanco de Engel rubio al sol, la cara deprimida de un hombre sin nombre que apareció en la carpeta sin más, Lowfill y Himura observando triunfantes la ciudad desde las alturas, la cara suave e inmutable de Minori a los tres años y un Changhee relajado —como siempre —contra una pared en San Francisco.
Detesto perder los recuerdos visuales de lo que fui, de lo que los que me rodean han sido, aquello que a alguien alguna vez le pareció bonito. La primera sensación de pérdida fotográfica la tuve a los 6 años, cuando una profesora nos pidió una foto de nosotras chiquitas para su carpeta. Llevé una de cuando tenía 2 años sin mucho convencimiento, y la veía entristecida cada vez que llamaba a la lista y abría la página de cada una, en cuya esquina superior se ubicaba el tesoro. Nunca la devolvió. Desde ese entonces y todavía me irrita saber que hay una foto menos en mi colección de infancia.
Ahora que vivimos en la era digital y las fotos no tienen que ser necesariamente impresas, es más fácil llegar y decir “¿por favor me vuelve a mandar su foto?” y, a no ser que al otro también lo haya golpeado un virus monstruoso, la imagen vuelve a su sitio como por arte de magia. Sé que hay archivos que jamás volverán a mí y que toca conformarse con el recuerdo de lo vivido —o al menos de lo visto. Tal fue el destino de mi primera foto con Minori, pero ya no vale la pena llorar por la leche derramada. Me encuentro pues en el lentísimo proceso de recuperar lo perdido. Creo que además de eso debería aprovechar este tiempo para crear más momentos memorables con los dueños de aquellos segundos congelados, porque muy pronto estas calles, los cerros y ellos no serán más que añoranza y letras en Messenger.
PD: Tengo la impresión de que los japoneses no pueden vivir sin orquestar sus canciones con marimbas.
[ When You’re Gone — Cranberries ]
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