Desenterrando bombas

Esta mañana mi hermana nos informó que en Colonia (Alemania) han tenido que evacuar a un montón de gente porque encontraron tres bombas de la Segunda Guerra Mundial sin detonar en una obra a orillas del Rin. Estas bombas son delicadísimas y no se pueden transportar a ninguna parte sin haberlas desactivado primero. Además son súper potentes, por lo que el radio de evacuación es bastante amplio, e incluye buena parte del centro histórico de la ciudad, un hospital y dos hogares de ancianos. Los afectados no saben cuándo podrán volver a sus casas y lugares de trabajo, porque no se puede calcular cuánto tardará la maniobra de desactivación.

Al otro lado del Atlántico, tan al otro lado que es más bien el borde del Pacífico, yo encontré ayer en mi bandeja de correo no deseado un email de LiveJournal (un servicio antiquísimo de alojamiento y publicación de blogs) felicitándome por los veinte años de mi blog.

¿Qué? ¿Acaso no es este mi blog?

Seguí el enlace adjunto. En efecto, frente a mí tenía un puñado de entradas escritas entre 2005 y 2009, principalmente en japonés —¿¡en japonés!? ¿¡no que yo era incapaz!?—. Las más recientes hacían alusión a un romance incipiente que finalmente no terminó en nada. La ilusión y desilusión estaban igualmente documentadas. Tardé en identificar al pretendiente en cuestión: en el momento solo atiné a recordar que ese verano había visto a mi ex en una feria, me acerqué a saludarlo y al otro día me mandó un email lleno de improperios. No podía ser él.

Tras mirar con más detenimiento las fechas y ubicación geográfica de las entradas, finalmente di con el sujeto: un cuento veraniego lleno de ambigüedades y no exento de humillación de cuyo fin me enteré cuando encontré que había borrado la foto de los dos que tenía publicada. En el blog estaba consignada mi reacción al descubrimiento. Después de eso, no había nada más.

Me llamó la atención la fecha de aquella última entrada. El blog queda cortado en una nota triste, abandonado en un acto abatido de media vuelta y retirada. Sin embargo, desde el futuro lejano, yo puedo ver que en realidad algo increíble estaba a punto de suceder. Deseé, como buscando darle ánimo a mi cabizbajo yo del pasado, que hubiera seguido escribiendo ahí después del desengaño (o incluso a pesar del mismo). Si tan solo hubiera persistido, habría podido consignar un extraordinario revés del destino. Apenas un mes después del desaire, Cavorite haría su triunfal aparición en la estación de Tokio.

No sé si pasar las entradas a alguno de mis blogs actuales o dejar esas bombas sin detonar enterradas, confiando en que tal vez algún día se desintegren.

[Varias horas más tarde, coincidencialmente poco antes de que su hermana le compartiera una imagen de las bombas de Colonia ya desactivadas —eran enormes—, Olavia Kite decidió transcribir las entradas de aquel efímero blog, de tal manera que el destino de sus viejos pensamientos, por más infaustos que sean, no quede en manos de un tercero que venga a aparecerse cada veinte años.]

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