Tengo nuevo iPad. El viejo sigue funcionando, pero ya estaba demasiado lento y me mostraba los trazos del lápiz en diferido. No era exactamente la mejor experiencia de dibujo que pudiera tener. En todo caso, la última vez que dibujé algo fue hace como ochenta millones de años. ¿Por qué? No sé, me creía una persona demasiado ocupada, supongo. Pero la vida me ha dejado un montón de tiempo libre a las malas y es menester usarlo de manera provechosa.
(Acabo de tener una especie de dejà vu: creo que escribo casi exactamente igual que hace diez o quince años. Supongo que eso le pasa a la gente que jura que escribe pero lo hace apenas esporádicamente, como yo. Cero mejoría. Siempre empezando de nuevo. O tal vez simplemente así hablo y no mucho ha cambiado en mí como para adquirir un tono diferente.)
Después de comprado, el iPad permaneció sobre mi escritorio sin abrir un largo rato. Las excusas desfilaron una tras otra, semana tras semana: el dengue, la incertidumbre política, la materialización de la incertidumbre política en una repentina pérdida de trabajo, el descorazonamiento que trajo dicha pérdida. Nunca era un buen momento. Pero la verdad era que le tenía miedo a dibujar. Dibujar toma tiempo, nunca tengo ideas y nada de lo que hago es genuinamente bueno. Dibujar significa enfrentar al yo talentoso y dedicado del pasado con el yo distraído y degradado por las distracciones. Esto, digo señalando la pantalla con el lápiz, es lo que pasa cuando uno no practica.
Hace un par de días le estaba contando a alguien que mi papá me enseñó a dibujar casas. Mientras escribía el mensaje, un desfile de recuerdos de infancia pasó frente a mis ojos de repente: vi a mi mamá dibujando las partes de la cara en un cuaderno para que yo pudiera hacerlas también, a mi papá llenando hojas con paisajes y mostrándome con su trazo inconfundible cuántas cabezas mide un cuerpo humano, a mi abuela enseñándome a tocar guitarra, a mi tía y mi tío tocando canciones para que yo las cantara con ellos. Entonces tuve una epifanía: dejar de hacer las cosas para las que alguna vez tuve algún tipo de talento no es solo desperdiciar ese talento, sino dejar perder lo que mi familia me había legado. ¿Estaba yo dispuesta a hacerles semejante desplante?
Hoy estaba sintiéndome un poco perezosa en la tarde cuando de repente algo dentro de mí me dijo: “Este es el momento”. Me incorporé, abrí la caja rápido, configuré lo que hubo que configurar y, sin darle un segundo más de espera, dibujé la cara de un vampiro.
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