Agua de las piedras: ejercicios diarios

En vista de que mi don de la palabra parece estar yéndose a pique y escasamente me sirve para trabajar, y ya empiezo a angustiarme por ello, he decidido imponerme el deber de escribir algo aquí todos los días. No sé cuánto tiempo vaya a durar el desafío —ahora a toda tentativa se le llama “desafío”—, pero espero sostenerlo al menos el tiempo suficiente para que se produzca una serie de milagros:

  1. Recobrar la elocuencia de la que creía poder preciarme (y que, en últimas, me da de comer)
  2. Arrancarle tiempo a la contemplación pasiva (léase despegar los ojos de las redes sociales de una buena vez)
  3. Retomar el sano hábito de la escritura en un lugar propio (todavía me duelen los vacíos que dejaron los pedazos de mi vida que quedaron consignados e inutilizables en Twitter)

Ante los titubeos, debo repetirme a mí misma que la ausencia de una comunidad con la cual compartir los frutos de este espacio me resulta ventajosa en el ejercicio de forzarme a contar algo cada día. La falta de audiencia es un factor liberador a la hora de escribir.

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