Llevo una semana haciendo un dibujo al día. No es gran cosa, pero es mejor que no hacer nada. Después de la crisis de pánico al dibujo por la que pasé hace poco, un dibujo diario es tremendo progreso.
Parte de la recuperación de la crisis incluyó una reflexión sobre qué es lo que hace que me atraiga el dibujo. ¿Puedo dejar de hacerlo por completo en vez de lamentarme por no hacerlo? No. ¿Por qué? Porque me gusta olvidarme de todo y concentrarme en la hoja y la tinta y cómo la hoja se va llenando de tinta con rayas que se parecen a algo que hay en mi mente. (Me gustaría haber podido convencerme de esto hace unos meses o años. De repente todo es tan obvio.)
No entiendo por qué quiero ver cosas en páginas de mi cuaderno que de otro modo estarían vacías. No sé por qué ando pensando en la ropa (de otros tiempos) y sus texturas: suéteres de lana, un abrigo acolchado, vestidos con mangas transparentes, pliegues y vuelos de una falda. Estoy segura de que este tipo de dibujos solo le interesan a mi hermana, que es diseñadora de indumentaria y textil. Pero siento que no puedo dejar de hacerlos. Por lo pronto será seguir, porque qué más.
En personas, sentimientos, figuras que aparecen en mi mente así sean rayas “sin sentido”, cosas que quiero decir pero no logro expresar con palabras, o pongo a mis dibujos a hablar para que me respalden en la timidez de mirar a los ojos a quien quiero decirle cualquier cosa. O nada, a veces no pienso nada, solo se va el lapicero entre mis dedos sin idea previa de lo que quiera hacer.