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Qué año.
Después de un letargo triste de cuatro años, mi vida dio un vuelco de repente. O más bien, una serie de vuelcos. Responsabilidades, responsabilidades, responsabilidades. Podría decirse que me volví adulta, ahora sí de verdad. Ya no puedo tirarme la plata en excentricidades porque hay que ahorrarla para cosas grandes (cosas de grandes). Ya no puedo tirarme el tiempo en bobadas porque tengo socios y ando ocupada. Puf.
Hablando de darle buen uso al tiempo, en octubre estuve haciendo un dibujo diario con esfero negro en un cuaderno. Todos los dibujos tenían que ver con moda femenina del siglo XX. Aprendí mucho sobre las modas de las distintas décadas y aprendí a hacer texturas bonitas, telas que fluyen y brillan y se pliegan, pero por encima de todo, aprendí que puedo ser disciplinada si quiero. No sé cuál sea el siguiente paso pero toca seguir dibujando.
En cuanto a viajes, 2015 fue absolutamente memorable. Estuve en Rio de Janeiro con mis amigas del colegio y nos dimos el lujo de achicharrarnos en Ipanema. Pasé por Santiago de Chile, pero era Chile sin Azuma. Conocí los glaciares, la tundra y la taiga en Alaska. Me reuní con mis amigos dibujantes en Lima. Volví a Japón.
Aquí es donde me quedo sin palabras. Regresé al archipiélago de mis amores y la herida que cargaba en el corazón sanó. No fue un cierre, sino una nueva apertura. Ahora sé que Japón está ahí para que yo vuelva una y otra vez, porque quiéralo o no, Japón es parte de mí. Me siento liviana. Me siento en paz.
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