Cumpleaños de mi hermana. La llamamos. Tiene una voz tan bonita.
Hay desayuno, almuerzo y comida en compañía. En la tarde Cavorite trabaja y yo leo Sex at Dawn en el kindle. No me gusta el kindle. La manera como me mandan a distraer leyendo me recuerda lo que cuenta mi mamá sobre las salas de espera cuando yo era chiquita. Una agenda, un esfero y ya no había que preocuparse por mí. Dibujando yo ya no necesito nada más.
Por la noche llego a conocer a Carlos, el hermano de Cavorite. No le menciono que no es la primera vez que lo veo, aunque la otra ocasión fue de lejos y me ganó la timidez pese a que todo el tiempo yo decía en mi cabeza “tú eres el hermano de Cavorite, ¿no?”. Igual para ese entonces Cavorite y yo nos habíamos visto solo dos veces en la vida, entonces no había mucho que yo pudiera agregar.
Vamos al supermercado antes de la cena. Una impulsadora nos explica el uso de cierto aerosol. No sé por qué la escucho tan atentamente. Le doy las gracias al final; ella me sonríe. Puedo adivinar en su mirada que nos ve como dos personas que vienen a hacer mercado juntas. El mercado de los dos, por decirlo así. En el Migros eso era cierto. Me gusta la ilusión de esa posibilidad, pero aún en el Migros se trataba de una situación efímera. Mi dicha doméstica nunca ha trascendido lo meramente vacacional.
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