Han pasado muchas cosas en estos días de silencio. Muchas cosas que sumadas dan cero. Pasó, por ejemplo, que me di cuenta de que mi vecino me encanta. Hemos ido a diversos eventos gastronómicos y sociales juntos, pero no he notado absolutamente ninguna diferencia en su actitud para conmigo. Mejor dicho, creo que era más amable antes. Tal vez yo le gustaba hasta que se dio cuenta de que me gustaba a mí y ahora salió corriendo. O yo no sé. Hace mucho no caía en esta etapa de sobreinterpretación del comportamiento humano, así que estoy segura de que no he hecho sino embarrarla cada vez que me he visto frente a aquel hombre.
Ocurrió entonces que decidí mandar al señor Sakaguchi a freír espárragos en vista de la falta de resultados, olvidarlo del todo e ignorarlo si por casualidad me lo encontraba. La decisión la tomé ayer o anteayer mientras la tarde caía sobre las parejas que visitaban el festival de la universidad. Si bien es cierto que nosotros estuvimos a punto de ser uno de esos pares buscando algo de comer (empezó a llover y terminamos yendo a Subway), la absoluta falta de incentivos me llevó a rendirme.
Hoy en la tarde lo vi acercarse al edificio que yo estaba abandonando. Intenté hacerme la loca, tapada con la capota y aislada con los audífonos mirando al vacío, pero el señor hizo caras y gestos con la mano y terminé frenando para saludarlo. Es increíble la distancia que separa a dos interlocutores en este país—¿Cuántas personas podrían haber cabido entre nosotros?
Hablamos sobre el clima. Había huellas de gotas sobre su suéter negro.
(¡Cuánta nada creamos cuando estamos juntos!)
Eso sí que es japonés.
[ Brightly Wound — Eisley ]
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